23 enero, 2006

Vecinos

Mi balcón da a un edificio. En ese edificio, en la planta de abajo, vive mi vecina. Y es que a mi vecina le gusta la música.

Hasta ahí bien.

El problema empieza cuando tiene una verdadera obsesión por hacer que a todo el barrio le guste la música (no cualquiera, la que ella escucha).

¿El método? Pone la música a toda leche.

No, el problema no es ese. El problema es que pone la música a toda leche de 4 de la tarde a 10 de la noche. Y claro, como no, ella abre su balcón para que se oiga mejor.

Prácticamente me había olvidado de este hecho hasta la semana pasada. Estaba en plena sesión de estudio cuando oigo una melodía de música clásica (primer pensamiento: ¡Oh!); luego, música tipo tunning y reggaeton (segundo pensamiento: ¡AGGGG!).

Hoy, he tenido que ponerme los tapones en los oídos para poder dormir. Ídem para poder estudiar.

Y ahora es cuando yo, ante la perspectiva de que la buena mujer tiene que tener el balcón abierto tantas horas y pasar frío (mes de Enero, Granada), ¿vale la pena "iluminar" en el arte musical a todo el barrio?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

...que generosidad con el mundo!, jejeje, claro, que para gustos los colores y no a todo el mundo le tiene que gustar o apetecer la música que ofrece tu vecina...pero bueno, me parece que a parte de los tapones tienes pocas opciones más...

Anónimo dijo...

Pide a Dios que no le de por el bricolaje nocturno como a mi vecina de arriba...

Besoss

Anónimo dijo...

Como en las antiguas películas de hollywood, donde solo había dos colores: el blanco y el negro, que mezclados daban un gris triste y ceniciento. Un tono a lo Humphrey Bogart encendiendo un cigarrillo y esperando.
Un resumen de lo que será mi estancia en el extranjero: un cielo encapotado y con manchas grisáceas en el alma y esperando(te).
Fdo: el